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Las Reformas

Entre los estados en que se dividía el Imperio, el más poderoso era el de la familia Habsburgo, de la que se elegían los emperadores desde 1438 y de la cual, a pesar de las veces en que estuvieron a punto de perder, siguieron siendo elegidos mientras duró el Imperio. Tenían quizás cerca de dos millones de subditos. El centro de su poder se hallaba en los cinco ducados que se extendían desde Viena hasta el Adriático. De estos, el principal era Austria, y por eso se llama a menudo casa de Austria, a los Habsburgos. La frontera entre los idiomas alemán y eslavo corría irregularmente por tres de los otros ducados. Además, los Habsburgos tenían grandes posesiones en la Alemania occidental. En su calidad de príncipes alemanes, no eran tan poderosos que estuviesen a salvo de los celos de otros príncipes. Al igual que sus predecesores, en cuanto emperadores, habían perdido gran parte de su primacía constitucional en virtud de las concesiones que había hecho a los electores, los más importantes de estos príncipes, en una elección tras otra. El emperador Maximiliano y su sucesor tenían ante sí varios proyectos de reforma constitucional. Pero ninguno de ellos llegó a realizarse y la maquinaria del gobierno imperial trabajaba muy mal. Esto era tanto más ominoso cuanto que, a fines del siglo xv, el dominio alemán sobre las tierras fronterizas era cada vez menos seguro. La Orden Teutónica tuvo que someterse al señorío de Polonia. Los propios Habsburgos perdieron su dominio sobre las tierras situadas al este de los cinco ducados. Habían reunido en unión personal las coronas electivas de Bohemia y Hungría; pero esta alianza se deshizo, y Hungría se convirtió en el centro de un nuevo agrupamiento de estados. Las fortunas de la dinastía Habsburgos no estaban declinado; de necesitarlo, el emperador todavía podía convertirse en el punto de polarización de viejas fidelidades y el emblema de los intereses comunes en pro de la ley y el orden. La pérdida de influencia en el Este fue compensada con creces por las enormes adquisiciones de territorio que los Habsburgos hicieron en otras partes. Pero eran de tal índole que esta casa dejó de ser meramente una dinastía alemana. Adquirieron en toda Europa territorios, que a veces les permitieron traer fuerza del exterior para aplicarla a las cuestiones alemanas, pero mps a menudo los condujo a descuidar estos asuntos, a fin de perseguir sus propios fines en el exterior.

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Como resultado extraordinario de sus matrimonios dinásticos, el más notable que produjera jamás el viejo sistema dinástico y que afectó a los rasgos principales de la historia europea hasta el momento de la Revolución francesa, los Habsburgos se convirtieron en potencia internacional. Hemos visto que el archiduque Maximiliano, antes de llegar a ser emperador, se casó con la heredera de Carlos El Temerario de Borgoña, de manera que se fusionaron sus dos aglomeraciones de estados. Unieron sus fuerzas; mejoraron juntos su administración; cada uno ayudó a satisfacer las ambiciones del otro; pero, también, cada uno tuvo que correr con los riesgos del otro. Los príncipes rivales de los Habsburgos, especialmente los de Alemania occidental, acudieron entonces en busca de apoyo a Francia, la vieja enemiga de los borgoñones. Maximiliano y María tuvieron un heredero.. Como murió muy joven, no llegó a adquirir un gran nombre, pero sí se casó y a su vez tuvo un hijo. En el momento de su matrimonio, la madre de este hijo no era la heredera. Tenía un hermano y una hermana mayor, pero ambos murieron y se convirtió en la más grande heredera del mundo, en la heredera de Castilla y Aragón con todas sus posesiones de Ultramar. De modo que, sin que nadie lo planeara ni lo buscara, se produjo una unión personal de estados de la que no hubo precedente. Carlos de Habsburgo heredó el conjunto borgoñón de provincias de su padre, en 1506, Aragón y Castilla de sus abuelos maternos, Fernando e Isabel, en 1516, y los territorios alemanes de los Habsburgos de su otro abuelo, Maximiliano, en 1519, año en que fue elegido emperador.

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Muchos de sus contemporáneos creyeron que Carlos deseaba convertir esta cadena de monarquías en un dominio que se extendiera por todo el mundo occidental. En realidad, nunca alentó tan fantástica esperanza. Incluso aunque su carácter hubiese sido el de un conquistador agresivo, lo que no eia, nunca hubiera tenido libertad para darle rienda suelta; pero al tratar de conservar todo lo que había heredado, se encontró envuelto en perpetuos conflictos, por todas sus fronteras, y cualquiera de sus rivales podía hacer suya la causa de otro. Cuando la lucha religiosa comenzó en Alemania, no pudo permanecer alejado de ella, pero por esto mismo, esta lucha habría de despertar todos los antagonismos provocados por su posición internacional. Fue un católico ortodoxo toda su vida. Pero comprendía la necesidad de una reforma. No se abstuvo de quitarle poderes y privilegios a la Iglesia. En 1528, secularizó el gran principado eclesiástico de Utrecht, en sus dominios bor-goñones, y al año siguiente el Papa tuvo que concederle el derecho de designar a los obispos del lugar, aunque su autoridad allí ya era puramente espiritual. Pero, en esencia, era conservador y moderado. No podía gobernar satisfactoriamente en ninguno de sus dominios a menos de que prestara al gobierno su atención personal; en cada uno de ellos, tuvo que enfrentarse con una guerra, una lucha civil o una herejía; en cuanto sofocaba una, otra lo llamaba. En Alemania, por tanto, durante toda una generación su política eclesiástica consistió en una serie de expedientes que se vinieron abajo uno tras otro. En sus otros dominios, si imponía la uniformidad religiosa, robustecía su gobierno: en Alemania, si reprimía la herejía, la oposición de los príncipes y de otros personajes se volvía tan peligrosa que lo debilitaba frente a los turcos o a los franceses. Por otra parte, si conciliaba a los mejores elementos de esta oposición, al patrocinar reformas, abría el camino de trastornos sociales y usurpaciones de la propiedad eclesiástica por los príncipes y los caballeros. De tal modo, su situación política hacía que en Alemania los cambios eclesiásticos fuesen cuestiones más graves que en cualquiera otra parte.

Las Reformas

La Reforma había comenzado en Alemania antes de la época de Carlos, y se había ido propagando al exterior desde Alemania, por ejemplo, entre las casas de la orden de monjes benitos. En el arte y en el pensamientos alemanes, el nuevo espíritu que venía de Italia se fundió con una seriedad ética indígena, de manera que allí el Renacimiento acicateó la impaciencia de los reformadores. A fines del siglo xv y comienzos del xvi, un sabio alemán, Reuchlin, obtuvo una gran victoria para el espíritu de investigación honrada al renovar los estudios hebreos. Inauguró una época, que sólo terminó muy tarde, en la que los más valiosos estudios de las Escrituras Hebreas fueron llevados a cabo no por sabios judíos, sino por cristianos. En el curso de su obra, se vio envuelto en la lucha contra el oscurantismo. Sus enemigos inmediatos eran quienes querían borrar la sabiduría de los judíos; pero, al hacerles resistencia, contó con hábiles aliados que desencadenaron un ataque general contra la ignorancia deliberada de la peor clase de conservadurismo eclesiástico. Ganaron su victoria entre la opinión educada al utilizar la imprenta, y de ». tal manera prepararon la arena para el gran gladiador de la Reforma, Martín Lutero.