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Lo nuevo y lo viejo en el siglo XV

Los aspectos exteriores de la vida eran mucho más variados que hoy en cuanto a contrastes, peculiaridades locales y regionales, debido a que los viajes y los transportes eran tan lentos y difíciles, y tan primitiva la tecnología, que el carácter i'ísico de cada pedazo de tierra, dictó, dentro de límites nuy estrechos, la clase de vida que podía llevarse en él. La superficie cultivable, las herramientas que se podían utilizar y las cosechas que se podían recoger, así como la forma en que el trabajo podía organizarse dependían de si se trataba de una montaña o de una llanura, de un suelo ligero o pesado, de un clima seco o húmedo, de si se estaba cerca de una costa o de un río navegable o lejos de él, y no sólo dependían de estas grandes variaciones, que todavía tienen gran importancia hoy, sino también de accidentes físicos de mucho menor consideración. No era fácil traer desde lejos abonos o equipos, ni siquiera semillas y ganado; no había muchos mercados para elegir. Todo tenía que hacerse con materiales del lugar, cuando era posible, y de tal manera, en la mayoría de los sitios la agricultura, así individual como comunal, no estaba especializada, sino que proporcionaba todo lo necesario para la vecindad.

En muchas otras esferas del vivir humano, las mismas limitaciones llegaron a causar una variedad semejante. Había estilos locales de arquitectura, basados en los materiales de que se podía disponer, madera o ladrillos, piedra dura o piedra blanda. En el vestir, en las herramientas, en los muebles, en los útiles y comodidades de toda clase, los artesanos de cada pueblo o ciudad tenían su estilo propio.

Esta variedad ahondaba en todo, se extendía al reino del pensamiento, como puede verse en el caso del lenguaje. Cada distrito poseía su dialecto y aunque los dialectos pertenecían a idiomas más grandes, como el francés y el provenzal, el alto alemán o el bajo alemán, no

eran muchas las personas que leían sitios, ni tampoco las que necesitaban hablar con alguien que viniera de un lugar situado a más de un día de viaje, de modo que apenas existían normas para hablar correctamente. El hombre que vivía a dos jornadas de distancia era un extranjero. El europeo era un animal local.

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