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Lo nuevo y lo viejo en el siglo XV

Además de esta uniformidad subyacente, existían líneas de comunicación que ligaban esta civilización y enviaban impulsos de un extremo al otro de la línea. La distancia y la lejanía impedían el trato en un grado que nos es difícil imaginar hoy, y sin embargo es real y verdadera la paradoja de que las condiciones del tiempo eran más favorables que hoy al "internacionalismo" y a la mutua comprensión entre hombres de diferentes países. Se habla a menudo de un "internacionalismo" medieval, cuyas manifestaciones más evidentes eran la Iglesia católica y el uso del latín por las clases educadas, y hablamos como si fuera el resultado de la buena disposición de los hombres medievales, y como si su desaparición no hubiese sido simplemente una calamidad, sino algo reprensible. Sin embargo, este internacionalismo era, en otro sentido, un síntoma de debilidad en la civilización, y no de fuerza. Precisamente porque la población era escasa, eran muy pocos los hombres que se dedicaban a las tareas más civilizadas y civilizadoras. Para poder alcanzar alguna norma de excelencia elevada, para lograr sobrevivir a los peligros que los asediaban en una sociedad hostil o no convencida, los hombres que tenían tales vocaciones no podían ser solitarios, sino que debían unirse, en cierto grado, para compartir sus conocimientos y defender sus intereses comunes. Puesto que no podían encontrar un número suficiente de su misma clase en los lugares en que vivían, a fin de constituir la comunidad que necesitaban, trabaron vínculos con hombres semejantes a ellos, que vivían en otros lugares. Un poca más adelante estudiaremos desde otro punto de vista la Iglesia, en la que el clero de toda Europa se había organizado para encontrar apoyo mutuo. Atenderemos también a las universidades; pero, por el momento, será mejor tomar como ejemplo una facultad de las universidades, la de leyes, la segunda en antigüedad, después de la de teología. Los juristas de las universidades llevaban a cabo una gran empresa común de investigación y enseñanza. Estaban mejorando y trasmitiendo una herencia intelectual cuyo meollo era el derecho romano. Su estudio tenía mucha vitalidad e iba demostrando que era cada vez más útil, en muchos países, a pesar de las grandes diferencias de instituciones y tradiciones legales. El derecho en general, y el derecho romano especialmente, constituyeron un vínculo legal entre los innumerables abogados que trabajaban en los tribunales, o como funcionarios de los reyes, los grandes señores o los municipios. Las facultades jurídicas de las universidades se comunicaban entre sí. Entre los abogados existían otros vínculos, menos visibles, y así, aunque no poseían una organización como la Iglesia, formaban ya una profesión coherente en toda la superficie de tierra que abarcaba la Iglesia, un cuerpo que, como precio de su apoyo, exigía de sus miembros un determinado grado de conocimiento competente y de conformidad a una norma de ética profesional.

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