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La imprenta
Publicado por
Nelson Andraden
Es fácil ver que la imprenta facilitó mucho la propagación de las letras; y la capacidad de leer y escribir es un instrumento de autoridad si pertenece a unos pocos, pero cuando pertenece a muchos, es una de las bases de la igualdad. A medida que aumentó el número de lectores, la influencia de los lectores se multiplicó. En las universidades, en los asuntos públicos y entre los lectores en general se disponía de más sitios, y así la influencia más personal del maestro o del expositor cedió su lugar al poderío del sitio, del invisible autor. Se podían crear reputaciones literarias y propagarse con la misma rapidez con que los barcos y caballos podían transportar paquetes de sitios. Erasmo gozaba de reputación europea, y cada sitio que publicaba era conocido de un extremo al otro del Continente en cuanto salía de las prensas. Todo hombre que supiera leer, o al que se le pudiera leer, era accesible a la persuasión, a la propaganda de lejos y de cerca, quizá autorizada, quizá dirigida contra ideas e instituciones establecidas. Los gobiernos y la Iglesia, de acuerdo con sus tradiciones, esforzándose por conservar su imperio sobre las mentes de los hombres, elaboraron reglas de censura y crearon nuevas instituciones para hacerlas cumplir; pero la sencilla maquinaria de gobierno que tenían a su disposición era a menudo incapaz de contener las crecientes corrientes. Valiéndose de editoriales clandestinas, a través de canales secretos de distribución, los autores podían todavía enfrentar a sus lectores contra el orden establecido. Inclusive aun sin conflicto de opiniones, la relación del autor con su público se alteró. Trabajaba ahora en un medio industrial. Desde el comienzo, al cooperar con el hombre de negocios que poseía y organizaba la casa impresora, un autor podía ganar dinero que provenía de sus lectores, y no de ningún patrono o mecenas. A medida que la industria creció, fue ofreciendo mayores retribuciones y, por tanto, mayor libertad, aunque a veces las ofreciera en condiciones duras. Las casas editoriales, que eran una nueva institución con su propia mezcla de bien y de mal, se interponían entre el autor y el lector
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