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Lo nuevo y lo viejo en el siglo XV

Ninguna persona bien informada admitía que la Igle-sia estuviera a salvo de reproche. Había muchas quejas del relajamiento del clero y muchos autores lo criticaban o satirizaban. Europa estaba llena de reformadores, autorizados y espontáneos, legos o eclesiásticos, ortodoxos o excéntricos, locales o universales, espirituales o prácticos, organizadores o predicadores, valiosos o peligrosos, o meramente fútiles. Algunos de ellos habían realizado un trabajo notable. La Orden de los Padres Benitos había sido reformada en Holanda y en el norte de Alemania; altas autoridades habían alentado algunos, aunque no todos, de los movimientos espontáneos de devoción, inclusive cuando tomaban formas desacostumbradas. Pero estos hechos no cumplían, ni con mucho, toda la tarea necesaria. La Iglesia vivía gracias a un concilio general a la sombra del fracaso del movimiento de Reforma; fracaso que, después de décadas de negociaciones y trabajo preparatorio, había extinguido toda esperanza en una reforma comprensiva, y generalmente aceptada, de la cabeza y de sus miembros. Se reconocía que existían abusos en los puestos elevados, inclusive en los más elevados, que hacían imposible arreglar las cosas de abajo; de modo que la Iglesia no podía persuadir ni obligar a sus miembros a que se pusieran a la altura de su propia universalidad.

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