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Las Reformas

Como el judaismo y el Islam, el cristianismo había sido siempre la religión de un sitio; ahora, se convirtió en algo que el mundo no había visto jamás, en la religión de un sitio impreso. Por sí solo, esto no significaba más que la adición de un arma de tiro rápido, de gran precisión, al armamento de la Iglesia. En España, el cardenal Jiménez, que además de ministro era el Gran Inquisidor, fomentó la producción de una magnífica edición de la Biblia en latín, hebreo y griego. Pero en los países en que la Iglesia estaba en conflicto con heréticos, que ponían en tela de juicio sus doctrinas, o con príncipes y laicos, que usurpaban sus derechos y sus posesiones, era un factor perturbador que miles de lectores, inclusive los más ignorantes, pudieran ahora leer por sí solos la Biblia, y sacar sus propias conclusiones de sus vastos y, en muchos aspectos, misteriosos contenidos. El texto autorizado de la Iglesia de Occidente era una traducción vieja e imperfecta. En el término de un siglo, a partir de la aparición de la imprenta, se habían producido dos cambios enormes, estrechamente entremezclados en cada punto. Traducciones en lenguas vernáculas se habían impreso en varios idiomas europeos: la mejor pericia lingüística y crítica se había aplicado a los originales hebreo y griego, para establecer el texto verdadero e, inevitablemente con mucho menor éxito, su verdadero significado. Cada uno de estos procesos guardaba relación con las controversias fundamentales, en las que los participantes y la audiencia eran mucho más numerosos que en cualquier discusión anterior de cuestiones religiosas o de interés público.

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