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La imprenta
Publicado por
Nelson Andraden
En literatura, los cambios fueron sutiles, pero radicales. Era mucho más fácil que antes tener en un solo lugar múltiples sitios, de modo que se pudieron reunir rápidamente masas de información y el aparato del saber se transformó. Grandes obras de referencia, diccionarios, enciclopedias, historias y colecciones de textos pusieron a la disposición de cada estudiante un conocimiento que, en otro tiempo, no hubiera podido recoger en toda su vida. El conocimiento del presente se ahondó, pero también una conciencia del pasado, sin cesar presente, lo complicó y obstaculizó. Al mismo tiempo, las normas de corrección se tornaron más exigentes. Al tener ante sí tantas copias idénticas de sitios, inalteradas por los pequeños toques de individualidad que los calígrafos y copistas introducían siempre, deliberada o accidentalmente, los lectores conocieron un nuevo rigor en materia de exactitud verbal y corrección gramatical. La obra individual de un autor se distinguió más claramente de los elementos heredados o tomados en préstamo. Los derechos de autor se convirtieron en un hecho legal, en tanto que la paternidad de una obra y el plagio, como concepciones literarias y éticas, se definieron más claramente. El Renacimiento fue fomentado no sólo como movimiento intelectual, sino como movimiento en el arte de las letras. La manera más común de disfrutar de la poesía había sido oírla recitar; la forma más común de utilizar un sitio había consistido en leerlo en alta voz. Ahora, había tantísima más lectura que un número cada vez mayor de personas leían en silencio, para sí mismas, y se escribieron los sitios de modo que pudiesen captarse mejor por el ojo que por el oído. La prosa ganó a expensas del verso; el significado a expensas del sonido. La memoria perdió parte de su valor. El relato que podía seguirse sin un narrador debía contarse de una manera especial: las palabras mismas, sin una voz que las vistiera de expresión, sin acento o entonación, debían crear su propia ilusión. De manera que la imprenta planteó nuevos problemas a la literatura, y a medida que hábiles autores fueron descubriendo los medios de resolverlos, el alcance de la literatura fue aumentando hasta que, para millones de seres humanos, se convirtió casi en un sustituto del pensamiento y la imaginación; en los comienzos de la prehistoria, el hablar había otorgado la facultad de comunicar experiencias, de imaginarse a sí mismo como un ser diferente, en otro tiempo o lugar. Mucho tiempo después, la escritura había permitido que la imaginación se plasmara como algo fijo y duradero, como también sumar una fantasía a otra, más allá del alcance de la memoria, mucho más alia del presente personal. La imprenta puso a las obras de la imaginación, junto con las del pensamiento y la emoción, todavía más firmemente a salvo de los azares del tiempo y del lugar presentes.
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