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Lo nuevo y lo viejo en el siglo XV
Publicado por
Nelson Andraden
Los hombres ilustrados comenzaban a creer que la literatura podía enseñar lecciones muy necesarias en múltiples cuestiones prácticas. Por lo que toca a la filosofía y al derecho, así como en materia de anatomía y otras ciencias, hacía ya dos siglos que Europa venía aprendiendo de estos maestros, y el único gran cambio de ahora era que los autores griegos se leían en su idioma original y, de esta y de otras maneras, se comprendían mejor. Pero el campo en que los clásicos parecían ofrecer una nueva revelación se fue ampliando y siguió extendiéndose a lo largo de otro siglo más, hasta que llegó a comprender todas las artes del gobierno y de la guerra y múltiples ramas de la tecnología. Por estas fechas, se introdujeron en este campo las bellas artes en Italia, y entonces se produjo la mayor ruptura de la continuidad de la tradición artística en Europa desde la caída de Roma. Antes de este cambio, la arquitectura, la escultura y la pintura, con sus acompañantes de menor importancia, corno la joyería y el arte de tejer y bordar, eran ricos, maduros y variados, proporcionaban la decoración exterior de cada fase de la vida social, y expresaban múltiples estados de ánimo, desde las cumbres de la religión mística hasta los tranquilos niveles de k afección familiar. Siempre que las penosas tareas de obtener lo inmediatamente necesario para la vida dejaban un respiro, el artesano o la bordadora se ponían a trabajar. No existía una distinción clara entre el arte popular y el aristocrático, ni ningún desagrada por lo incongruente mantenía separado lo refinado y delicado de lo burdo y grotesco. Durante un tiempo considerable, habían existido escuelas de pintura realista en Italia y en otros lugares, cuyo método, aunque so su finar lidad, era pintar las cosas- y las personas tal y como eran Ahora, los italianos estudiaban e imitaban los restos clásicos de la arquitectura y la escultura de los edificios y las ruinas que les rodeaban. Cuando se desenterraron nuevos fragmentos, deliberada o fortuitamente, ensenaron nuevas lecciones. En 1450, el florentino Donatello trabajaba en la estatua ecuestre de Gattamela-ta, en Padua, obra más espléndida y más hábil técnicamente que cualquier otra escultura que se hubiese hecho en tos últimos mil años. Quince años antes,, un escritor, León Battista Alberti, empapado en los clásicos y familiarizado con las culturas de Florencia y otras ciudades del norte de Italia, había escrito profético tratado de pintura cuya inspiración había brotado de escultura dátdca —puesto que pocas pinturas antiguas habían sobrevivido-. Estos dos hombres se cuentan entre los tt-dera de un gran movimiento renovador que trajo consigo nuevas pericias- y nuevos ideales.
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