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Lo nuevo y lo viejo en el siglo XV

La influencia unificadora de la Iglesia era la más fuerte de todas y operaba de muchas maneras. En los niveles más altos, existían movimientos conscientes, como éste de la Vida Común, que se propagaban intencionadamente por las vías del trato comercial; y, en el nivel más bajo de la actividad administrativa, no había quien utilizara estas vías como la Iglesia. Su organización no sólo era mucho mayor que cualquier otra; era también la más antigua, la más experimentada y la más regular y metódica en sus operaciones. Preservaba la ortodoxia de las creencias mediante su Inquisición; su jerarquía mantenía algo que se aproximaba mucho a ser una uniformidad del ritual y de la práctica. Por lo que toca a los asuntos prácticos, la totalidad de la Iglesia estaba centralizada; uniones y divisiones de parroquias, permisos para contraer matrimonio dentro de los grados prohibidos, e innumerables asuntos de negocios se decidían en Roma, por lo que respecta a toda la zona que reconocía la autoridad papal. Una organización eclesiástica tan vasta y compleja entraba diariamente en contacto, en muchos puntos, con toda clase de autoridad existente fuera de la Iglesia. El terrateniente podía disputar con el párroco por cuestión del diezmo, de las tierras de gleba o de los tributos, y pocos subditos del rey eran más poderosos que los obispos. En los países que fueron convertidos durante los Siglos Oscuros, los eclesiásticos, aunque no participaban en el gobierno de las ciudades o de los pueblos, ocupaban un sitio en los "estados" o parlamentos y a menudo figuraban entre los grandes funcionarios del Estado. En algunos lugares, el obispo gobernaba como un príncipe; en otros, donde no poseía tales derechos, su rango y su capacidad podían elevarlo a los cargos más altos. El clero, en cuanto cuerpo constituido, logró siempre mantener alguna independencia del dominio secular. Una larga experiencia había demostrado que los sacerdotes célibes, aunque no siempre estuvieran a la altura del ideal del celibato, podían verse libres de los compromisos que el matrimonio habría traído consigo en una sociedad fundada en la familia. Por tanto constituían, en grado mucho más alto que los abogados y que los médicos, una profesión que se extendía por todo el mundo occidental.

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